martes, 13 de diciembre de 2011

Carta al Papa

Después de 1945 -abusando de la psicosis colectiva que, a base de habladurías incontroladas, había trastornado a numerosos deportados de la II Guerra Mundial- la leyenda de las exterminaciones masivas de Auschwitz ha alcanzado al mundo entero. Se han repetido en millares de libros incontables mentiras, con una rabia cada vez más obstinada. Se las ha reeditado en colores, en películas apocalípticas que flagelan furiosamente, no sólo la verdad y la verosimilitud, sino incluso el buen sentido, la aritmética más elemental, y hasta los mismos hechos.

Ciertamente, se sufrió en Auschwitz, todas las guerras son crueles. Los centenares de miles de mujeres y niños atrozmente carbonizados por orden directa de los Jefes de Estado aliados, en Dresde, Hamburgo, Hiroshima y Nagasaki, tuvieron unos padecimientos mucho más horribles. 

En Dachau, por ejemplo, según las cifras oficiales del Comité internacional, murieron en este campo de 1940 a 1945, 19.296 que fallecieron durante los últimos 7 meses de hostilidades. Y queda demostrado que el terrorismo aéreo aliado no tenía ya ninguna utilidad militar, pues la victoria de los aliados, al principio de 1945, ya estaba totalmente asegurada. Sin esta brutal trituración a ciegas, millares de internados hubiesen sobrevivido, en lugar de convertirse -entre Abril y Mayo de 1945- en macabros objetos de exposición, alrededor de los cuales bullían manadas de necrófilos de la prensa y del cine, ávidos de fotos y películas con ángulos y vistas sensacionales, y de un rendimiento comercial asegurado.  

En lo que se refiere a una voluntad formal de genocidio, ningún documento ha podido aportar la menor prueba oficial de ello, desde hace más de 30 años. Las afirmaciones lanzadas y constantemente repetidas desde hace tantos años, en una fabulosa campaña, no resisten un examen científico serio. Es descabellado imaginar, y pretender, que se hubieran podido gasear en Auschwitz 24.000 personas por día, en grupos de 3.000, en una sala de 400 metros cúbicos, y menos aún, a 700 u 800 en unos locales de 25 metros cuadrados, de 1.90 metros de altura, como se ha pretendido a propósito del campo de Belzec; 25 metros cuadrados o lo que es lo mismo, la superficie de un dormitorio. Usted, Santo Padre, ¿lograría meter 700 u 800 personas en vuestro dormitorio? Y 700 a 800 personas en 25 metros cuadrados, esto hace 30 personas por cada metro cuadrado. Un metro cuadrado, con 1,90 metros de altura ¡es una cabina telefónica! ¿Su Santidad sería capaz de apilar a 30 personas en una cabina telefónica de la Plaza San Pedro, o en una simple ducha?, las 3.000 personas ¡el equivalente de dos regimientos! hacinadas tan fantásticamente en la habitación de Auschwitz, o las 700 u 800 personas apretujadas en Belzec a razón de 30 ocupantes por metro cuadrado, ¡hubiesen perecido casi al instante, asfixiadas, por carencia de oxígeno! ¡No hubieran hecho falta las cámaras de gas! Todos habrían dejado de respirar, incluso antes de que se hubiese terminado de hacinar los últimos, que se cerrasen las puertas y se esparciera el gas por la sala. ¿Y cómo se hacía esto último? ¿Por unas hendiduras? ¿Por unos agujeros? ¿Por una chimenea? ¿Bajo forma de aire caliente? ¿Con vapor? ¿Vertiéndolo sobre el suelo? ¡Cada uno cuenta lo contrario del otro! ¡EI Zyklón B no alcanzando más que a cadáveres, no hubiese representado la menor utilidad! El Zyklón B es, como toda persona interesada en la ciencia puede saber, un gas de empleo peligroso, inflamable y adherente. Veintiuna horas de espera hubiesen sido indispensables, antes de que se hubiese podido retirar el primer cuerpo de la fantástica sala. Sólo después se hubieran podido extraer, como se han complacido en contárnoslo, con miles de detalles escabrosos todos los dientes de oro, todas las fundas de plomo en las que escondían, se dice, diamantes.

¿Cómo imaginar cremaciones de 3.000 judíos de una sola vez?, ¿Y las jornadas de 24.000 gaseados con Zyklón B, que representarían 760.000 dientes a examinar diariamente? Simplemente ateniéndose a los 6 millones de judíos muertos -algunos han doblado y triplicado la cifra, que la propaganda machaca continuamente en nuestros oídos-, estos extractores de mandíbulas hubiesen seguido años después de la guerra, en plena actividad.  

Faltaba rapar millones de cabelleras, antes de pasar los cadáveres al horno se procedía - según lo que todos los "historiadores" de Auschwitz afirman ex cátedra - al examen de todos los anos y todas las matrices, de cuyo fondo se trataba de recuperar los "diamantes y las joyas" que hubieran podido ser escondidas. ¿Se imagina usted esto Muy Santo Padre? ¡6 millones de anos, 3 o 4 millones de matrices limpiados a fondo. ¡Es una locura!. ¡Todo esto es de locos! y no hablemos de las actividades complementarias: fábricas de abonos y fábricas de jabones, de las cuales el delirante profesor Poliakov habla sin pestañear. Todo esto realizado sobre 6 millones de judíos, o 7 millones, o sobre 15 millones según el Padre Riquet, o sobre 20 millones -¡es decir más que los judíos existentes entonces en el mundo entero- según el diccionario Larousse, seguirían todavía si se admitieran como exactas las afirmaciones "oficiales" de los manipuladores de la "historia" de Auschwitz. 

Al igual que hemos visto en el caso del gaseamiento de 700 a 800 personas por dormitorio, al mentir demasiado se llega a lo grotesco. Todos los que hemos sobrevivido a 1945, debemos perdonar, debemos amar. La vida no tiene otro sentido. Dios no tiene otro sentido.

Fragmento.

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